miércoles, 23 de noviembre de 2011

Frío

¿Por qué no te acabas esto? - me pregunta mientras me planta los restos del pastel (545) en la cara.
-No quiero- respondo empujando el plato-. Es asqueroso.
Frunce el ceño.
-No te hará daño. Sólo es un pastel.
Sigue sujetando el plato a tan sólo unos centímetros de mi cara. Si le asestara un manotazo, el pastel salpicaría el mueble de la televisión y se deslizaría por la superficie de la pantalla.
-No queremos que tu madre tenga razón, ¿verdad? -pregunta.
-¿Razón acerca de qué?- cuestiono.
-Acerca de retomar tus antiguas costumbres. Las malas.
Me pongo en pie, obligándole a dar un paso hacia atrás y dejarme un poco de espacio.
-Estoy cansada-digo-. Me voy a la cama.



...Empecé a venir aquí después de la primera estancia en la -cárcel- clínica porque la doctora Nancy Parker es una -estafa- especialista en adolescentes -locos- con problemas. Abrí la boca durante el primer par de visitas y le entregué la llave para acceder a mi cabeza. Gran error. Se trajo una linterna, un sombrero y una cuerda para vagar por mis cuevas. Esparció minas por mi cerebro que detonaron semanas más tarde.
Le dije que estaba enfadada y molesta porque estaba moviendo cosas en mi cerebro sin pedirme permiso. Me puso una trampa cada vez que pensaba en algo, en algo sin importancia, como Física es una pérdida de tiempo, o Necesito cargar la batería de mi teléfono, o El japonés no debe ser tan difícil de aprender, la fastidiosa-pregunta-de-mierda aparecía de la nada: ¿Por qué piensas eso, Lia?
Así que no podía hacerme ninguna pregunta (¿Por qué estoy tan cansada?) sin que tres o cuatro respuestas de psiquiatra me abofetearan: Porque mis niveles de glucógeno están bajos o Porque estoy pasando por un momento muy confuso en que me siento perdida o Porque he perdido el contacto con la realidad o, la más frecuente de todas, Porque me falta un tornillo.
Una vez me enfadé y empecé a despotricar. Le dije que era patética, que estaba segura de que nunca tendría hijos, ni nietos y, en caso de que los tuviera, nunca la llamarñia por teléfono. Le grité que su marido la abandonaría, quizá para irse con otra, nunca se sabe. Le chillé que incluso su madre la dejaría de lado porque veía que no vivía en un mundo real, con personas de carne y hueso, sino que permanecía sellada en esta sala con estos libros falsos, un ventilador y lluvia en las ventanas.
Ni una de mis palabras la enfureció. Ni siquiera pestañeó. Lo único que me pidió era que expresara mis sentimientos y siguiera desfogándome. Así que cerré el pico.



Las voces se deslizaron hacia el interior de esta chica sin que se diera cuenta, como un bicho en una noche de verano que te araña el interior de la garganta justo después de percatarte de que te lo has tragado. Las voces nadaron entre sus entrañas y se multiplicaron, unos ecos diminutos y carbonizados se instalaron permanentemente en el interior de la cáscara de su cráneo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario